CRÓNICAS CINECICLÉTICAS X

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Releyendo las crónicas anteriores y los artículos publicados, revisando los álbumes de fotos subidos al Facebook, he intentado hacerme una idea, de un modo general, de lo que reciben las personas que nos leen y nos perciben a través de las imágenes, y he llegado a la conclusión de que el mensaje es un tanto idílico, no engañoso pero si quizás incompleto. Es cierto que la idea no es transmitir un mensaje demasiado áspero o incómodo, pero creo que ha llegado la hora de equilibrarlo un poco. No hay nada engañoso en todo lo emitido anteriormente, ni siquiera está dulcificado, y también es verdad que hasta ahora el viaje y el proyecto no dejan de darnos satisfacciones, pero esta vez me gustaría acercar la dureza del viaje y los encuentros con realidades difíciles. También es cierto que es una elección libre viajar de esta manera y que debemos ser adultas y saber amortiguar lo que percibimos, pero al tiempo somos seres humanos con flaquezas y debilidades (físicas y anímicas) y eso nos modela, tanto si gozamos y nos enriquecemos con la parte más amable y dulce de los seres humanos, como si nos enfrentamos a la más cruel y abyecta de ellas. No todo es color de rosa, la fatiga física, el látigo de las condiciones meteorológicas, la falta de buena alimentación o de descanso, o sencillamente la saturación de nuestra propia compañía (¡ojo al dato!: un año largo de convivencia continuada puede hacer fruncir el ceño incluso a la pareja mejor avenida del mundo) hacen que lleguemos a reacciones personales que nunca hubiéramos imaginado en “situaciones normales”. Quizás haya llegado el momento de mostrar nuestra parte más frágil.

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Hace poco más de un año que salimos de la plaza de Tirso de Molina (Madrid) dirección: “no sabemos donde acabará esto…”. Desde mucho antes no nos cansamos de decir que este es el ilusionante viaje-proyecto de dos personas con estilos de vida y una forma física dentro de lo normal. Nada hay de extraordinario a excepción de la toma de decisión que nos esta cambiando la vida. No somos superatletas, ni siquiera tenemos una extraordinaria fuerza psicológica; sufrimos los bajones emocionales y también las enfermedades. La elección de viajar por África tiene sus riesgos; es una tierra hostil para los europeos que, menos o nada acostumbrados a sus bacterias, parásitos, amebas y clima suele afectarnos más de lo habitual. A esto hay que añadir que en bicicleta estamos más expuestas, pues el recorrido suele transcurrir por zonas rurales donde los parámetros de comodidades e higiene están muy alejados de los de las grandes capitales. Pero después de una larga temporada viajando en estas condiciones, alejadas de las que hemos disfrutado toda la vida, la diferencia cultural, la dificultad de entablar una conversación de más de 4 frases con la población local, es después de un tiempo prolongado, lo que más nos afecta. Si no es de fútbol, y por supuesto sólo con varones, no hay otro tema; la mayoría de las mujeres, como no han ido a la escuela no hablan francés, con lo que, aunque consigas algo de intimidad, la comunicación es casi nula. Viajar acompañado hace que esto se mitigue, pero pasado un tiempo necesitas también renovar. Parece una contradicción en sí misma, si viajamos así, es precisamente para conocer las diferencias culturales que nos separan y así enriquecer el bagaje vital y ampliar la mente y las percepciones, pero no nos engañemos, somos individuos burgueses que han vivido toda su vida al calor de familia, amigos y de toda una cultura extraña aquí que, aunque con grandes motivos para el divorcio, es en la que hemos crecido y vivido.

Para personas como nosotras, África es un puñetazo en la boca con graves consecuencias odontológicas, puedes volverte loca si no mantienes las distancias; hay que obligarse a consolidar esa barrera; no somos africanos y no podremos serlo nunca, estamos de paso y hay que hacerlo con la mayor dignidad y humildad posible. La injusticia histórico-social es palpable en cada gramo de polvo que respiras, pero la empatía piel a piel es complicada. Hay lugares donde l@s cri@s huyen despavorid@s, gritan espantad@s al ver el color de nuestra piel, y eso que aún no conocen la historia de cómo puteamos a sus antepasadas. Por supuesto, no es el color de la piel, las diferencias van mucho más allá. La pobreza material es una de estas diferencias, es tan palpable que hasta da reparo mencionarlo; en los círculos de expatriados que trabajan en estas cuestiones, ni se menciona en las conversaciones diarias, puede que hasta suene aburrido. Nosotras, protegiendo nuestras frágiles conciencias y sentido de culpa naturalizamos ésta y «otras pobrezas». Pasan días sin que comentemos por ejemplo, por qué esas niñas de 6-7 años no van a la escuela y sí juegan (porque eso hacen, jugar) a ser madres, esta vez, no con muñequitas, sino con sus herman@s más pequeñ@s, con los bebés de la familia, cargándolos, limpiándolos, incluso alimentándolos; o por qué se tiran la mañana con el mortero, machacando el cereal de turno, en un trabajo físico extremo; o por qué niños de esa edad, con sus camisetas 10 tallas mayor a su cuerpecito, negras de grasa, abarrotan los talleres de reparación de coches y motos afanándose por un puñado de francos cefas.

La cotidianidad todo lo aturde, aunque a veces alguien te suelta un “¿sabes que el 95% de las mujeres/niñas de Guinea sufren mutilación genital?” y entonces tienes que hacer el esfuerzo para que no se te caiga la boca a las alcantarillas, que por supuesto no existen. El dato te golpea, te deja seca. Te vas acostumbrando a ver ratas enormes por las calles, montones de basura en cada esquina, barrios anegados en fango, escuelas en estado lamentable, transportes calamitosos, hospitales famélicos… Poco a poco, día a día, esto va carcomiendo tus seguridades, es imposible que en algún momento no te vengas abajo y te cuestiones hasta lo más básico, lo que creías inamovible. Tarde o temprano no te crees nada sobre tí mismo, ni tus mínimas certezas, ni siquiera la sombra deformada que el sol proyecta sobre la carretera en los días mas esplendorosos.

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LA RUTA

Durante los alrededor de mil kilómetros que recorrimos atravesando Guinea Conakry en el mes de Agosto (en el que por cierto, no vimos a ningún/a blanco/a) apenas tuvimos acceso al agua corriente y a la luz eléctrica. Esto que para nosotras es anécdota, para los/as guineanos/as es una cotidianidad irrefutable. Tampoco había suministro eléctrico (al menos el día completo) en localidades importantes. En alguna ocasión dormimos en casa de alcaldes o de altos funcionarios pero en sus casas tampoco llegaba el agua o la luz. Aunque con baldes de agua y nuestros frontales nos apañábamos a las mil maravillas.

Sólo unos pocos tramos del camino estaban asfaltados, (incluyendo los principales ejes de comunicación). Volvíamos a tener dificultades para encontrar verduras o huevos frescos; la comida fuerte era por la noche y solíamos repetir arroz con berenjenas y cebollas; a veces encontrábamos alubias. Para ahorrar combustible entraba en escena la pesada olla a presión (donada por ALZA) que transportamos y que en tiempo récord aportaba a nuestro organismo la dosis de proteínas que necesitábamos.

Siempre que podemos evitamos las capitales. Esta vez pudimos eludir Conakry, no hacía falta ir para obtener el visado de Mali y además estaba alejado de nuestra ruta, con lo que nuestro recorrido fue muy rural y montañoso.

La lluvia, que nos respetó bastante (aunque en un par de ocasiones tuvimos la sensación de que nadábamos sobre la cicla más que pedalear), enfangaba las pistas de tal manera que las bicis, con tanto peso, se adherían al barro y costaba mucho más recorrer cada kilómetro, además había que añadir la costra extra de barro que se pegaba a las bicis.

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Muchos tramos estaban en obras, el firme era pedregoso y muy inestable y teníamos que ralentizar mucho la marcha para minimizar las vibraciones del equipo de cine y para evitar que el carro volviera a partirse; hacer 50 km por jornada nos ocupaba todo el día. Aunque había jornadas que, con la buena forma física que a estas altura teníamos, conseguíamos hacer 70-80 km.

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Después vinieron los agujeros; a veces pequeños pero muchos y profundos, a veces enormes charcos más profundos aún. La concentración tenía que ser máxima para no caer en aquellos abismos-trampa; ahora exagero un poco, que eso le da un poco de vidilla al relato ¡¡¡¡Ja ja ja!!!!

Casi todas las tardes, un enjambre de moscas pegajosas decidían abandonar el cálido culo de las vacas y, además de transportarse gratis, flagelaban la paciencia sorbiendo el sudor de nuestros rostros insistentemente, haciendo desesperante la circulación. Parecíamos molinos de viento con espasmos, braceábamos y nos abofeteábamos para quitárnoslas de encima, pero era un gasto de energía inútil. Desde lejos y para observadores externos debía ser una estampa divertidísima, para nosotras, una pesadilla.

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Cuando por fin llegamos a zonas asfaltadas nos encontramos con rampas no muy largas pero de porcentajes terribles, unos literales “rompepiernas”.

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Pero claro, no todo era penar, también disfrutábamos del magnífico paisaje, macizos montañosos negros cubiertos de un follaje verde radiante nos escoltaron durante días; bosques espesos e impenetrables, cataratas rebosantes (el río Niger, el Senegal y el Gambia tienen en estas montañas sus principales fuentes), ríos exultantes de fuerza y caudal turbio, manadas de primates cruzándose prudentes ante nosotras, cero tráfico y por supuesto la sempiterna amabilidad y hospitalidad de la etnia Peul (y más tarde de la etnia Malinké) que aseguraban un final de día plácido.

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EL DÍA A DÍA

Después de una larga jornada de pedaleo, un simple cubo de agua de color lechoso procedente del pozo de la aldea y un endeble biombo de rafia que nos proporcionaba una intimidad mínima, era premio más que suficiente; quitarnos el polvo o el barro nos daba estímulo para preparar la cena y terminar el día dignamente. Todas las noches, aunque llevamos una buena tienda de campaña, intentábamos buscar refugio en alguna aldea, porque todas las noches llovía tan torrencialmente, que temíamos ser transportados como una rama indefensa en mitad de la noche por los ríos provisionales que se creaban por todos lados. Siempre había un techo disponible para los Toubab (blancos); a veces era una simple construcción de adobe con techo de zinc, donde las noches de fuerte tormenta hacía imposible dormir por el atronador ruido de la lluvia poderosa contra el débil metal. Otras veces era una choza tradicional que casi siempre tenía cama o jergón de paja. La minúscula fauna que pueblan estos “biológicos reposaderos” era tan numerosa que preferíamos tirarnos al suelo de la choza y, o dormir en la tienda, o poner la mosquitera y las colchonetas.

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LOS TRANSPORTES

Los transportes que transitan estas viejas montañas son una cosa increíble. Si digo que siempre van a tope o repletos de carga y personas es tirar por lo bajo, es más real decir “al límite total”. La mayoría de los vehículos que circulan son camiones muy antiguos y Peugeots 505 rancheras con más de 40 años. Los 505 teóricamente tienen 7-8 plazas, aunque nosotras llegamos a ir en uno donde cupimos 17, una cabra, una gallina, y una carga en la baca que superaba el propio volumen del vehículo. Además, faltaría añadir a los ayudantes, en todo lo alto, que coronan como una guinda este pastel surrealista. El chófer, además de experto conductor y estibador de la carga, combina sus 12-14 horas al volante con una labor como mecánico de lo más audaz. Él es el jefe, y pasajeras y ayudantes estamos atentas a lo que tenga a bien ordenar. Si todas tenemos que descender del coche para vadear un río, cargar leña y colocarla quién sabe dónde o esperar mientras repara y desobtura el carburador a base de frenéticas chupadas, nadie rechista y obedecemos a la primera.

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LA FIEBRE DEL ORO

Atravesadas las montañas, a la altura de Kouroussa, tuvimos la oportunidad de retroceder en el tiempo. A través de las películas de Hollywood, concebimos “La fiebre del oro” como un periodo ya pasado (siglo XIX), donde los hombres se volvían locos, donde todo valía para lograr la ansiada pepita o filón que cambiaría la vida al afortunado que la encontrase. Es verdad que ahora las empresas extranjeras (aquí directamente hablan de “los blancos”): canadienses, estadounidenses, chinas, brasileñas, europeas… gracias a oscuros contratos y acuerdos expolian el grueso de la riqueza mineral guineana, con la aquiescencia, claro está, de los gobiernos locales. Pero también hay minas que pueden explotar los locales, las minas artesanales. Estuvimos en una de ellas y comprobamos que, como antaño, sin ningún tipo de seguridad, hombres, mujeres y niños trabajan en condiciones peligrosísimas. Se excava sin apuntalar, sin ventilación, a martillazo limpio. Y alrededor de todo esto, se generan pueblos enteros dedicados al aprovisionamiento de herramientas, catres para descansar, alcohol, drogas, sexo adulto e infantil…, vamos, todo un panorama. Es una autentica locura que sin duda modifica el ritmo habitual de poblaciones rurales y sus gentes. Es la oportunidad de mejorar, de salir de la miseria, de, literalmente, meterse en un agujero para salir de otro. Por eso, ni se me ocurre criticar, sólo pretendo narrar lo que vemos.

PROYECCIONES

Este periodo tan lluvioso ha sido poco proclive para intentar proyecciones. Generalmente las hacemos al aire libre en pequeñas aldeas, pero ahora teníamos que buscar salas grandes y cubiertas. Probamos en localidades algo más grandes. Lo conseguimos en Labé, Kourousa  y algún lugar más, pero el procedimiento para hacer una proyección en una ciudad media, sin contactos previos, es difícil y agotador y precisamente no íbamos sobradas de fuerzas. Primero hay que ir a la autoridad competente, luego a la gendarmería para registrarse, después localizar a alguien responsable-traductor, más tarde dar con la sección interesada en el proyecto (que solía ser “juventud”), después integrar los tiempos africanos, es decir, saber que todo va a ir con al menos dos horas de retraso; y después la proyección en si misma con sus momentos de tensión. No es fácil transmitir a unos adolescentes hipermotivados, que a todo dicen sí, aunque no te estén entendiendo nada (otro ejemplo de diferencia cultural) con ganas de demostrar su vigor natural a la hora de pedalear sobre el generador, que tienen que contenerse y no pasarse de revoluciones, porque si no el equipo puede sufrir una sobrecarga. Con lo que lo que supuestamente un día de descanso (no pedalear) se convertía en una jornada de trabajo bastante intensa. Al final de la jornada quedábamos exhaustas pero felices.

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Por último, una última reflexión que puede resultar chocante en los tiempos tan confusos que corren. A parte de los 3 meses en los que estuvimos viajando por el sur de España, todos los países que hemos atravesado, profesan mayoritariamente la religión islámica, unos la aplican de manera más rígida, otros lo hacen de manera más laxa; pero lo que es seguro, y aquí hablo sólo desde el punto de vista del viajero, es que nos hemos sentido tranquilas y seguras en el deambular, acogidos cálidamente, respetados por nuestra condición y procedencia y cuidados a veces hiperbólicamente. Esto que escribo no es una sensación, es una realidad confirmada a lo largo de muchos días y experiencias. Es verdad que no han sido muchos los encuentros con comunidades cristianas, pero a veces hemos dejado de tener estas sensaciones cuando nos hemos rozado con ellas. Quizás sea el alcohol que al estar permitido y no haber mesura en su consumo cambia las cosas. No sé exactamente qué es, supongo que tendremos oportunidad de comprobarlo más adelante. En ese caso, ya os contaremos. La sensación general es que la gente sigue abriéndonos sus puertas.

La entrada a Mali, no la hicimos con buen pie. La extrema hospitalidad de mi organismo dio la bienvenida al Plasmodium que portaba alguna mosquita hambrienta y mi salud se tambaleó sufriendo una malaria seria. Durante tres días residí en uno de los edificios más lujosos de Bamako, la clínica Pasteur donde me inflaron a medicamentos para evitar males mayores. Perdí muchos kilos, pero, ya sabéis: ”bicho malo…” Ahora, después de dos semanas residiendo en casa de Xavier y Amandine, una deliciosa pareja francesa, y gracias a los cuidados de mi compañera de vida y de viaje, “la gran Isabel” estoy casi recuperado; con ganas ya de pedalear por tierras malienses.

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13 comentarios

  1. Cuantas historias y peripecias en una sola crónica! Karmerlo, cuanto nos alegramos que estés mejor y sobre todo bien cuidado por Isa (Abrazos a Xavier y Amandine!). Me ha gustado mucho el toque “humano realista” que le han dado a esta crónica tras sus múltiples experiencias. Tuve además la oportunidad de devorarla tomando un café 100% orgánico y respetuoso de la cadena de valores; lo que siendo un expatriado es más que un lujo; es un orgullo. Hasta la próxima crónica! Que tengan lindas aventuras por Mali.
    Abrazos;
    Enrique Medina

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  2. Cuídate mucho, la salud es el tesoro más valioso que tenemos, por encima de cualquier otra cosa.
    Me ha encantado esta visión realista del viaje, es tal cual lo imaginaba. Hay que tener muchísimo valor para vivir vuestra experiencia, enhorabuena!!

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  3. eE alucinante lo que contais, me alegro de que haya gente con los pies en la tirra , como vosotros y se enfrente a la realidad que esquivamos el la dulce comodidad europea. Os cambiara sin duda pero tambien a los que os leemos y os tenemos en el corazon. Os queremos mucho.

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  4. Hoy es el décimo aniversario como programa de radio y se me ocurre pasarme por aquí, a repasar con vosotros una de las experiencias (entonces un proyecto) que más nos han seducido. Un placer y una pequeña vivencia leeros.
    Suerte con todo.

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  5. Hola chicos hace más de un año que estuvísteis con nosotros, y todavía nos acordamos mucho y os deseamos muchos ánimos y mucha fuerza para continuar con vuestro sueño, llegar al objetivo, aunque creemos que ya lo estáis cumpliendo al llevar alegría a esos paises.
    A Karmelo le mandamos mucha fuerza y también a Isa, para que lo anime.
    Ánimo chicos lo conseguireis.
    Besos y abrazos de vuestros amigos de Villalba.

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  6. Enhorabuena! que precioso proyecto y vaya coraje que le echais!!
    os lo dice una expat que está rodando por el mundo y alguna vez visito comunidades rurales …pero demasiado vulnerable para pasar por esas condiciones!!
    Me ha gustado mucho el relato, Mucho ánimo a los dos!! y pronta recuperación a Carmelo
    Un abrazo

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